INTRODUCCION
Este
sermón es muy importante pues el ministro hace un recuento de la historia
cristiana de los Estados Unidos de una forma única proveyendo información que
no se encuentra fácilmente, y además combina con habilidad la fe cristiana del pueblo
de Estados Unidos con su sentido de patriotismo y amor a esta nación. Es muy
importante y puntual en hacer la diferencia que nuestro cristianismo no viene
de España ni de Roma, pero de los protestantes de la iglesia de Inglaterra. Es
un extracto de todo el sermon, publico solo lo que considero lo más relevante
en historia de esta nación:
Como
Obispo de una Iglesia cuya historia corre paralela a la de nuestro país; cuyos
sacerdotes, primero de todos los ministros de religión, celebraron los
servicios y administraron los sacramentos de la Santa Iglesia [anglicana] en la
lengua de nuestros padres ingleses en las costas del Atlántico y el Pacífico;
cuyos obispos, clérigos y miembros fueron los principales en el trabajo de
colonización; cuyos “misioneros” contaron entre sus nombres más destacados los
de Francis Fletcher (1555-1619), el primer sacerdote [anglicano] que ofició en
el suelo de California, Richard Seymour [1600] el primer sacerdote [anglicano]
de Nueva Inglaterra, Robert Hunt [anglicano, 1568-1608], el primer sacerdote de
Virginia; y más tarde las de Whitefield, el gran evangelista; las de Wesley,
John y Charles, el predicador y poeta del metodismo, cada uno trabajando por
Cristo y su Iglesia en Georgia; y Thomas Thompson de New Jersey el primer
misionero de este país a África; e innumerables otros de ideas afines; quien
también fue el primer converso a Cristo en el Santo Bautismo de los aborígenes
en la colonia desafortunada de Raleigh en Roanoke en 1587; cuya iglesia con
techo de cruz construida en Fort St. George en 1607 fue el primer lugar de
culto cristiano erigido en la costa que se extiende desde Maine hasta Georgia,
trece años antes de que los puritanos desembarcaran en Plymouth; cuyos miembros
y ministros fundaron la primera Universidad Americana [1618], la de Henrico,
Virginia, y la primera escuela pública libre, en Charles City en la misma
colonia; cuyos miembros bautizados proporcionaron las dos terceras partes de
los firmantes de la Declaración de Independencia y la mayoría de los redactores
de la Constitución federal; que nos dio nuestro Washington y el más distinguido
de los patriotas que, en los salones del Congreso o en el campo de batalla,
ganaron para nosotros nuestra independencia; no puedo dejar de llamar la
atención del clero y los laicos sobre la importancia de inculcar en tiempos
apropiados y bajo circunstancias apropiadas el deber cristiano del patriotismo.
En
la coyuntura actual de los asuntos nacionales, debemos recordar que, como
ciudadanos de los Estados Unidos de América, debemos el primer descubrimiento y
asentamiento de nuestro país, nuestra propia nacionalidad -no a Colón, o a España
o Roma- sino a Cabot e Inglaterra, y a la Iglesia de Inglaterra. La estrecha
conexión de la Iglesia de Inglaterra con nuestra colonización y desarrollo se
establece ahora como un hecho histórico. La lucha por la posesión del imperio
del mundo occidental se libró desde el principio entre las comuniones anglicana
y romana. A través de la bula papal que impuso al Nuevo Mundo a España para que
lo mantuviera como feudo de la Sede Romana; la Iglesia [anglicana], la Corona,
la Mancomunidad de Inglaterra no reconocieron paz con España más allá de la
línea, la línea de demarcación más allá de la cual España iba a tener dominio
absoluto e indiscutible. Las comuniones rivales, la anglicana y la romana,
tuvieron éxito en asegurar una parte del Nuevo Mundo, pero el territorio que
ocupamos como nación fue reclamado y plantado por Inglaterra, y no por España o
Francia.
Podemos
agradecer a Dios que nuestra nacionalidad se basó así en la Carta Magna, en la
Constitución inglesa, en el derecho consuetudinario inglés, en la Biblia
inglesa y en el Libro de oración común inglés.
México
y las repúblicas latinas de los estados sudamericanos pueden fechar su origen y
su fe en España y Roma. [Pero nosotros] Somos hijos de sementales anglosajones.
Nuestros padres en la Revolución [americana] lucharon por sus derechos como
ingleses nacidos libres, derechos que no habrían sido nuestros por herencia o
posesión si la madre tierra de Inglaterra no hubiera resistido con éxito los
intentos españoles de monopolizar el mundo occidental, y la madre Iglesia de
Inglaterra envió al sacerdote con su pueblo y suministró la palabra de Dios y
la oración de la Iglesia dondequiera que iban sus hijos bautizados. Cierto es
que en una tierra como la nuestra ningún establecimiento estatal de religión es
practicable o deseable, pero aun así el hecho de que nuestra comunión es la
única que se menciona como la Iglesia Americana; y que nosotros solos, en razón
de nuestra ocupación de todas las secciones de nuestro amado país; por nuestra
conexión histórica con el pasado de la Nación; por la estrecha similitud de
nuestra constitución eclesiástica general con la que nuestros padres, tanto
eclesiásticos como patriotas, establecido para la tierra; y por nuestro
reconocimiento, en oraciones y oficios desde el principio, de "los poderes
fácticos" como "ordenados por Dios", muestra que cada día somos
más y más dignos de nuestro reclamo de ser llamados la Iglesia Americana, y ser
en verdad la Iglesia Católica Americana.
En vista del deber tan especialmente nuestro de reconocer la autoridad bajo la cual vivimos, quisiera exhortar a mis reverendos hermanos del clero, y también a los laicos, el deber de procurar estar en contacto con todo lo nacional y patriótico. Con mucho gusto vería sobre todas las iglesias de Iowa, bajo la cruz, la bandera de la república flotando en una aguja o torre, hablando de nuestro amor por la patria como la cruz levantada habla de nuestro reconocimiento agradecido del emblema de nuestra salvación. Nosotros, como eclesiásticos, no deberíamos estar ni un ápice por detrás en nuestro patriotismo; enseñando sus lecciones en nuestras Escuelas Dominicales, desde nuestros púlpitos, en nuestro discurso cotidiano.
Trad e introducción de Caesar Arevalo
REFERENCIA
Este
discurso fue dado por un obispo de la Iglesia Episcopal Protestante, William
Stevens Perry (1832-1898), el 19 de mayo de 1891.
Sermon “Iglesia y País” 1891- https://wallbuilders.com/sermon-church-country-1891/