La promesa, en la cual hemos dicho que
consiste la virtud de los signos, es la misma en ambos; es decir, de la
misericordia de Dios, de la remisión de los pecados, y de la vida eterna.
Además, la cosa significada es siempre la
misma:
nuestra
purificación y mortificación.
El fundamento en que se apoya el
cumplimiento de estas cosas es también el mismo en ambos.
Por consiguiente, se sigue que no hay diferencia
alguna entre el bautismo y la circuncisión en cuanto al misterio interno, en lo
cual consiste toda la sustancia de los sacramentos, según hemos demostrado. La
única diferencia se refiere a las ceremonias externas, que es lo menos
importante en los sacramentos, puesto que la consideración principal depende de
la Palabra y de la cosa significada y representada.
Podemos, pues, concluir que todo cuanto
pertenece a la circuncisión pertenece también al Bautismo, excepto la ceremonia
externa y visible.
A esta deducción nos encamina la regla que establece
san Pablo, de que toda la Escritura se debe medir y pesar conforme a la
analogía y proporción de la fe (Rom.12, 3.6), la cual siempre tiene presentes
las promesas. Y, de hecho, la verdad en este punto se puede tocar con las
manos. Porque igual que la circuncisión fue un signo y marca para los judíos
con que reconocer que Dios los recibía por pueblo suyo y que ellos le tenían
por su Dios, sirviéndoles de esta manera como de una primera entrada externa en
la Iglesia de Dios, del mismo modo por el Bautismo somos primeramente recibidos
en la Iglesia del Señor, para ser tenidos por pueblo suyo, y, por nuestra
parte, manifestamos que queremos tenerle por nuestro Dios. Por lo cual se ve
claramente que el Bautismo ha sucedido a la circuncisión.
FUENTE: Calvino, J- LAS INSTITUCIONES IV. XVI. 4-6
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